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Érase una vez una niña con un cerebro…un cerebro como el de todos los demás. No le faltaba ningún detalle, era grande, rosa, retorcido y esponjoso. Era listo como el de los mejores científicos y fuerte como el de las guerreras más implacables.

En aquel cerebro vivían millones de ideas para hacer inventos, un montón de dibujos increíbles, cientos de animales encantadores, toda la naturaleza salvaje que se pueda imaginar y sobre todo una gran capacidad para entender a los demás.

En los cerebros de las personas hay carreteras que cruzan de un lado a otro, son muy importantes porque llevan toda la información que recogemos del mundo, toda la que necesitamos para vivir felices. en el cerebro de esa niña existían todas esas carreteras perfectas y mucho más…había altas montañas nevadas, delicadas flores, árboles gigantes, unicornios que saltaban libres y riachuelos por donde corría el agua fresca y vivían millones de pececitos de colores. ¡Era espectacular!

Lo que ocurría a veces es que toda esa información tardaba unos segundos hasta que conseguía cruzar esos riachuelos nadando, lleva su tiempo nadar… Ya se sabe, y más en ese lugar tan encantador con tantas cosas por ver.

Esto hacía que la niña a veces se sintiera algo rara, tenía una sensación como si se despistara, como si no pudiera estar atenta a todo…menos mal que pronto pudo comprender lo que pasaba.

Las personas que más la querían se dieron cuenta también de todo esto y fueron al mejor doctor del mundo. ¡Él tendría la solución!

Y así fue, aquel doctor se rascó la barbilla y dijo… ¡Ya lo tengo! Tiene epilepsia, les pasa a algunos niños, no deben alarmarse.

Le dieron una medicina, la verdad que sabía muy mal, incluso a veces tenían que darle unos pinchacitos para asegurarse de que aquel medicamento seguía ahí. ¡Pero también hacía cosas maravillosas!

¡Era capaz de construir puentes para que la información pudiera cruzar a la velocidad del rayo!

El doctor dijo algo que ya sabía su familia desde que la vieron por primera vez aparecer como un conejito mojado…
esta niña es fuerte y valiente. Será capaz de hacer todo lo que se proponga. Solo necesita comprenderse y cuidarse como lo hace con el resto del mundo. Debe conocer su cerebro aceptarlo y quererlo tal y como es porque es único e irrepetible.

Ahora ha empezado primaria, su mente se llena de un montón de conocimientos nuevos y necesita que una nueva medicina le ayude a construir puentes aún más resistentes. A veces se siente mal, no tiene mucha hambre y le duele la tripa, le tiemblan las manos y siente mareo, pero pronto se pasará. Ella lo sabe, y sabe que con los que más la quieren puede hablar de todo esto, llorar o reír cuando sea necesario. Todo tiene solución, solo hay que imaginarla.

“A Vera…”

Creía que solo podía administrarle la medicación y asustarme en mi soledad…quizá mantener el tipo cuando estaba delante. Pero no… se puede hacer mucho más, tan importante como su medicina es enseñarla una buena gestión, mostrarle desde mi misma como puede normalizarse, como puede comprenderse y quererse tal y como es. Nosotras somos madres, todas sabemos q también podemos ser cocineras, profesoras, taxistas y hasta escritoras si pensamos q lo necesitan. Nuestros miedos son nuestros, no suyos, este cuento sale del esfuerzo por no traspasarlo, de transformar la enfermedad en magia, en colores, en amor.

– Elsa Muñoz